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FASCISTA, EL BANDO DE POLICIA Y BUEN GOBIERNO EN CUERNAVACA.

Jueves 5 de marzo de 2009

Roberto Ochoa
Eran las 11 del día y el sol comenzaba a caer a plomo.
Aproximadamente 15 hombres y mujeres nos disponíamos a pasar las próximas dos horas en la calle, en el crucero frente al teatro Morelos. En las últimas semanas había crecido la indignación por las nuevas adiciones a la fracción XX del artículo 129 del Bando de policía y buen gobierno.
Si está prohibido vender, malabarear o limpiar parabrisas en las calles, la manera más efectiva de manifestarnos en contra era realizando los actos prohibidos. Una idea rondaba por nuestra cabeza: ¿Qué hubiera ocurrido con los judíos en la Alemania nazi si, en señal de protesta, todos los ciudadanos alemanes se hubieran pegado una estrella de David en la solapa?
Lo que hicimos fue sólo un acto simbólico de un puñado de ciudadanos, pero pudiera ser mucho más. El sábado 14 de febrero, a las 11 de la mañana, puede marcar el inicio de una serie de movilizaciones dirigidas a la derogación inmediata de los dos párrafos añadidos al Bando el pasado 23 de enero. Mientras cometíamos las ya citadas “infracciones al orden público, a las buenas costumbres y a la moral”, se acercaron a nosotros algunos vendedores ambulantes para que convocáramos juntos a una concentración en el zócalo el sábado 28 de febrero. Lo que nos quedó claro, a quienes participamos en este acto de rebelión, es que queremos repetirlo.
Pero que quede claro: no tenemos ninguna agenda oculta. Nuestra intención es, simple y sencillamente, lograr la derogación de los párrafos añadidos al Bando y nada más. No pertenecemos a ningún partido político, ni buscamos inclinar la balanza en las próximas elecciones. Tampoco pertenecemos a cualquier tipo de organización clientelar de trabajadores de la calle. Somos ciudadanos que creemos en la libertad de ocupación consagrada en el artículo 5º de la Constitución. Creemos, además, en la dignidad de la calle como un espacio digno para, entre otras cosas, negociar con los conciudadanos, completar el gasto de la casa o, ¿por qué no?, ganarse la vida.
En su libro, La condición humana, Hannah Arendt nos explica cómo el auge de la edad moderna y su concomitante decadencia de la esfera pública intensifica toda escala de emociones subjetivas y sentimientos privados, a expensas de la percepción de la realidad del mundo y de la humanidad. Cuando la esfera pública se pierde, no hay manera de ver más allá de mis emociones privadas. En este sentido, según la misma Hannah Arendt, los espacios de aparición pública, donde las personas se encuentran, actúan y hablan constituyen una garantía para el conocimiento del mundo y de la humanidad. Pero cuando se nos priva de ellos, privatizándolos, se nos condena a la agonía inhumana de la soledad.
Lo que el Bando nos prohíbe ahora es aparecer (con lo que ese concepto implica para Arendt) en el espacio público por antonomasia, la calle. El Bando busca resguardar a los automovilistas que, desde su caparazón privado, usufructúan el espacio público evitando su apariencia y, como consecuencia, el encuentro, la mirada, el diálogo. Ahora no sólo se esconden detrás de la oscuridad del parabrisas, sino que tienen el derecho de exigir que quiten de su vista a quienes los “disturban”.
Por humanidad, tenemos que oponernos a esta insensata medida del gobierno. En primer término, tenemos que hablar con todos los que podamos sobre el tema. Compartir nuestras ideas, emociones, sentimientos, e incluso nuestros prejuicios, a fin de que la reflexión nos haga madurar frente al hecho social que pide nuestra atención. Pero, evidentemente, no podemos dejar el asunto en una conversación de café. Un paso más allá, como un acto elemental de humanidad, es la desobediencia a toda ley injusta.
En este sentido, el camino está ya marcado. Si pronto el gobierno no reconsidera su posición, algunos de quienes estamos convencidos de la injusticia profunda tendremos que, por conciencia, solidarizarnos con los miles de hombres y mujeres que dignamente buscan en la calle a otros hombres y mujeres para ayudarse a sobrellevar sus penas.

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