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Las mujeres de Ayotzinapa: Oliveria Parral
Lunes 14 de mayo de 2018
Las mujeres de Ayotzinapa: Oliveria Parral
Tryno Maldonado
Miércoles 11 de febrero de 2015. Diez minutos para que sean las seis de la tarde. Oliveria Parral, de familia campesina, es una de las madres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Estamos sentados en dos butacas extraídas de un salón de clases y colocadas frente a la cancha de basquetbol de la normal rural de Ayotzinapa. El ruido de los estudiantes sobrevivientes que habitan en los dormitorios del internado conocidos como “las cavernas” se extiende detrás de nosotros. Ese mismo día, como casi a diario desde los sucesos de Iguala, hemos vuelto de una actividad en protesta para obtener justicia por los 43 compañeros desaparecidos y los caídos. Al descender de los autobuses, los ríos de estudiantes forman filas para ocupar las regaderas de esa sección de la escuela. Los ánimos son lúgubres. Contrario a su habitual espíritu animado, en Ayotzinapa hace semanas que no se escucha música.
Oliveria Parral es muy renuente a conceder entrevistas. El dolor que cargan las madres de los 43 normalistas desaparecidos cobra en ella un doble peso: el Estado mexicano desapareció a sus dos hijos varones.
El rostro de Oliveria se ensombrece mientras habla de sus hijos Jorge Luis y Doriam González Parral. Es delgada y de facciones consumidas por una tristeza indecible. Los ojos se le cristalizan cada vez que le pregunto por Doriam, el más chico, de 18 años recién cumplidos. Ella acepta que, como cientos de hijos de campesinos pobres en Guerrero, Ayotzinapa fue su única opción para aspirar a un nivel de vida mejor.
Oliveria cuenta que a Doriam le comenzaron a llamar El Kínder debido a su reducido tamaño. Su mirada se pierde en el horizonte, se le escapa una sonrisa que de inmediato se sofoca como si recibiera un golpe doloroso en un punto muy íntimo y sensible. En casa, en Xalpatláhuac, Guerrero, a Doriam su hermano Jorge Luis, desaparecido con él, lo llamaba Andy. Doriam es el más pequeño y frágil de los 43 normalistas desaparecidos.
“Regrésate al kínder”, le decían a Doriam los alumnos de recién ingreso. Me lo cuenta su compañero encargado de Módulos de Producción, Willy. Y se lo decían entre bromas mientras chaponaban las tierras de cultivo de la normal. Poco a poco, el resto fue refiriéndose a Doriam como el Compa Kínder o sólo El Kínder. Doriam es uno de los normalistas más queridos por su carisma.
“Si usted sabe de los chamacos, si alguien sabe, que digan…”, dice Oliveria entre lágrimas. “Qué hicieron con ellos, si los vendieron… Bueno, como quiera se va a saber, se va a saber con quién tiene trato el gobierno”.
La noche del 26 de septiembre en que los estudiantes de Ayotzinapa llegaron en dos autobuses a la ciudad de Iguala, Doriam viajaba en el Estrella de Oro con número económico 1568 al lado de su hermano Jorge Luis y dos de sus compañeros de Xalpatláhuac, todos desaparecidos: Jorge Aníbal Cruz y Marcial Pablo Baranda.
“Aquí estoy contigo, Andy”, le dijo Jorge Luis al pequeño Doriam. “Yo te cuido”.
Cuando llegó su turno de bajar en la terminal de autobuses de Iguala para tomar tres unidades más, Doriam, con una camiseta azul y la leyenda Kayser, se embozó el rostro igual que sus compañeros y se envalentonó tal como había hecho para sobrevivir a la dura semana de pruebas físicas de ingreso. Pero alguien lo frenó:
“Tú no, Kínder. Es muy peligroso para ti. Espéranos en el camión.”
Era su paisano Güicho. No quería poner en riesgo al menor y más vulnerable de los normalistas.
Al volver al Estrella de Oro 1568 que se enfiló por la calle Juan N. Álvarez y fue interceptado por patrullas de la policía municipal, se tuvo noticia por última vez de la breve silueta del pequeño Doriam.
“Nada más vi una última vez a mis niños. Fue a inicios de septiembre de 2014”, recuerda Oliveria. “Fueron a la casa porque les dieron permiso. Sus dos maletas y su ropita bien sucia. Bien cansados. Fue un viernes. El domingo luego salieron para acá. Y hasta la fecha no sé nada de ellos. Hubo una reunión aquí, pero no pude venir por el dinero. Todo por el pinche dinero. No volví a verlos. Donde vivo no hay señal. Mi niño tiene un celular que agarra de repente señal. Era así como nos comunicábamos”.
“Doriam es muy limpio, ordenado. Era el que me ayudaba a hacer el aseo. Me da mucho coraje que el maldito gobierno va a decir que Doriam es un delincuente”, dice Oliveria y rompe en llanto.
Hacemos una pausa. En la cancha, algunos de los normalistas sobrevivientes vuelven con sus toallas sobre los hombros y el cabello mojado.
“No son ningunos delincuentes. Hágalo usted saber”, dice Oliveria. “Doriam es bien tímido, no salía ni a la calle. Es el más serio. Yo no sé por qué les pasó esto. Delincuente es el gobierno que les mandó a hacer esto a los niños. Fueron los policías. ¿Y a los policías quiénes los manda? El gobierno”.
“Yo no aguanto, dígame usted cómo estarán mis niños. Ya es mucho tiempo. Ya no soporto esto. Y son dos niños. Imagínese”.
La voz de Oliveria se quiebra de nuevo por el llanto. La noche cae sobre la normal de Ayotzinapa. Y, presentimos, será una noche larga.
Fuente: https://suracapulco.mx/2018/05/08/las-mujeres-de-ayotzinapa-12/