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El pueblo organizado venció al invasor

¿Mexicanos agachones?

Lunes 28 de septiembre de 2015, por OLEP

Todos recordamos el 5 de mayo de 1862 como la fecha en que se libró la Batalla de Puebla, en la que el ejército mexicano, dirigido por el Gral. Ignacio Zaragoza, derrotó al ejército francés, en ese entonces el mejor del mundo. Es más, en nuestra clases de Historia de la primaria y secundaria hasta nos hicieron memorizar que Ignacio Zaragoza le envió un telegrama al entonces presidente Benito Juárez diciéndole que las armas nacionales se habían “cubierto de gloria”.

Desfiles, bandas de guerra, representaciones de la batalla y hasta los zarapes y machetes de los indios zacapoaxtlas salen a relucir cada 5 de mayo por todo el país. Casi nunca nos dicen lo que ocurrió después de esa heroica batalla y poco a poco se minimiza la historia de México y de la resistencia heroica de nuestro pueblo a una o dos fechas célebres que tenemos que aprendernos para pasar la materia de Historia. Pero siempre es importante recordar que la historia no se acabó el día después del 5 de mayo.

Tras de la heroica batalla, el ejército francés, por órdenes de Napoleón III, cuadruplicó el número de soldados destacados en México por los cuales al año siguiente, en 1863, otra vez en Puebla, se cobraron la revancha contra el ejército mexicano sitiando la ciudad hasta que las tropas mexicanas tuvieron que rendirse. Para entonces, Ignacio Zaragoza ya había muerto y otros generales, como Jesús González Ortega, Felipe Berriozábal y Porfirio Díaz, habían tomado el mando de las tropas mexicanas.

Ante la caída de Puebla, el gobierno de Benito Juárez abandonó la Ciudad de México para comenzar una ruta que lo llevaría a transitar por todo el país para evitar caer en manos de los franceses y mantener la resistencia a la ocupación. Los antiguos conservadores, el clero católico y los ricachones de todo el país, se aprestaron a recibir con los brazos abiertos a Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota con misas y fiestas. Mientras tanto, el ejército mexicano se reponía de la derrota de Puebla y comenzaba a reorganizarse en Oaxaca y San Luis Potosí, incorporando a su estrategia de lucha una nueva táctica: la lucha guerrillera.

Había sido el diputado Melchor Ocampo quien en 1847, ante la invasión estadounidense, había propuesto la formación de destacamentos guerrilleros y de milicias irregulares para el combate contra el ejército de Estados Unidos, que contaba con mayor capacidad militar, tanto técnica como numéricamente. Su propuesta fue rechazada por el entonces presidente Antonio López de Santa Ana y ésta fue una más de las causas que contribuyó al desastre del ejército mexicano durante la invasión yanqui.

Benito Juárez, quien no era un simple pacifista y creyente de las leyes, como actualmente algunos líderes reformistas pretender hacerlo pasar, retomó esa vieja propuesta de su compañero Melchor Ocampo (quien había sido asesinado por soldados conservadores en 1861) y, junto con los generales del ejército republicano, ordenó la formación de guerrillas por todo el territorio nacional, las cuales tendrían como objetivo desgastar a los franceses y acosarlos en su retaguardia, así como destruir sus líneas de abastecimiento y su moral de combate.

Las guerrillas republicanas fueron conformadas por arrieros, campesinos y algunos soldados, los cuales fueron conocidos como “chinacos”. Durante los años que duró la guerra contra la invasión se mantuvieron atacando en todos los frentes posibles, combinando su acción con las tropas regulares del ejército republicano para derrotar al ejército invasor y a sus tropas de apoyo, los reductos del antiguo ejército conservador.

Los chinacos se hicieron famosos por atacar a machete limpio a los escuadrones de caballería francesa y por utilizar su conocimiento de las suertes y amarres de charrería para atemorizar a la infantería. Atacaban y se escondían para reaparecer en otro lugar, el factor sorpresa era su aliado y la disciplina y organización sus herramientas más importantes. Uno de los comandantes más destacados de las guerrillas republicanas fue Nicolás Romero, quien llegó a ser conocido como “El León de las Montañas” y “El azote de los franceses”, experimentado y hábil organizador de escuadras guerrilleras.

Los franceses no se quedaron cruzados de brazos y enviaron a México al Coronel Charles-Louis Dupin, el mejor comandante contraguerrillero del ejército francés, conocido por ser brutal y sanguinario. Dupin vino a nuestro país con la misión expresa de combatir y aniquilar al movimiento guerrillero, pero el alto grado de organización de las guerrillas republicanas facilitó que éstas pudieran aprender a combatirlo para después derrotarlo. Al final, el coronel Dupin tuvo que retirarse de México para dejar el puesto a otro militar que fue igualmente vencido.

Ante la incapacidad de derrotar a las tropas republicanas y el costo económico que para el imperio francés representaba la expedición en México, los soldados franceses tuvieron que retirarse y dejaron a su suerte al gobierno de Maximiliano quien, apoyado por los traidores que nunca faltan, se había proclamado emperador de México. El pequeño ejército que pudo organizar fue fácilmente derrotado y en el año de 1867 el gobierno de Benito Juárez regresó a la capital comenzando el periodo que sería conocido como la República Restaurada.

La lección de esta guerra, aunque no siempre esté en los libros, es que el pueblo organizado puede vencer a cualquier invasor o a cualquier gobierno opresor. Hoy, que desde diversos medios se nos vende la idea según la cual “los mexicanos somos agachones por naturaleza” y “tenemos el gobierno que merecemos”, nos hace bien recordar a todos los héroes que este sufrido pueblo ha dado por la causa de la libertad y la justicia, no sólo para hacer memoria sino también para retomar su ejemplo.

NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección RECUPERANDO LA HISTORIA del No. 10 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 4 septiembre de 2015.

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