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El pueblo victorioso expulsó a Porfirio Díaz

Lecciones que los poderosos quieren que olvidemos

Domingo 3 de mayo de 2015, por OLEP

Los pueblos oprimidos y explotados hemos sido constructores de grandes victorias sobre los autores de nuestras desgracias, sobre los empresarios insaciables de la fuerza de trabajo que les produce la riqueza que nos roban, sobre los caciques, los usureros, los politiquillos que se arrastran ante los dueños del dinero y asesinan y maltratan al que no tiene el poder suficiente para defenderse y defender a los suyos.

Un ejemplo de esas victorias fue expulsar a Porfirio Díaz de la silla presidencial en mayo de 1911.

Porfirio Díaz huyó, tomó un barco en el puerto de Veracruz para irse a Francia a morir después de repartir el país a las empresas extranjeras, a los empresarios nacionales, a los obispos y arzobispos de alta jerarquía, a los caciques, señores de horca y cuchillo.

La batalla que fue decisiva para que Porfirio Díaz se fuera fue la que sucedió en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Entre marzo y abril el pueblo organizado en un ejército por los integrantes del Partido Liberal Mexicano (PLM) había estado atacando a las tropas federales; las tropas de Pascual Orozco y las de Francisco Villa, ambas bajo el mando de Madero, se habían reunido con él para planear sus ataques y decidieron tomar Ciudad Juárez.

Ésta era una decisión difícil, pues Ciudad Juárez es frontera con los Estados Unidos, con la ciudad de El Paso, Texas y los revolucionarios temían que los gringos intervinieran porque al tomar la ciudad podría ser que algunas balas de cañón pasaran al lado gringo y mataran a algunos ciudadanos de ese país.

A pesar de este temor los magonistas, integrantes del PLM, y los maderistas decidieron tomar la ciudad, derrotaron al ejército federal y la ocuparon.

Éste fue el triunfo más grande de los revolucionarios en todo el país, esto generó en Porfirio Díaz, en los integrantes de su gabinete y en los empresarios y caciques que lo apoyaban, un gran temor: que la revolución se extendiera a todo el país y los ejércitos revolucionarios tomaran otras ciudades.

La clase burguesa tomó entonces una decisión: sacrificar a Porfirio Díaz, si su permanencia en la presidencia significaba el fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias, era mejor que se fuera del país.

Entonces mandaron a varios funcionarios a hablar con Francisco I. Madero a Ciudad Juárez. Después de mucho hablar entre ellos y después de que Francisco I. Madero no le consultó nada a los magonistas ni a sus tropas, decidieron firmar unos acuerdos.

Esos acuerdos firmados el 21 de mayo de 1911 tenían como primer punto la renuncia de Porfirio Díaz a la presidencia y de Ramón Corral a la vicepresidencia; sin embargo, dejaban como presidente interino a otro porfirista, secretario de relaciones exteriores, llamado Francisco León de la Barra.

Los otros tres puntos eran los siguientes: 1. Las tropas del Ejército Federal permanecerían bajo los mismos mandos; 2. Se le otorgaban 14 gubernaturas al partido anti reeleccionista de Madero y éste debía aprobar la conformación del gabinete del presidente interino; y por último, 3. Las tropas revolucionarias debían ser desarmadas y desmovilizadas, aunque algunas podían ingresar a la fuerza de la policía rural.

El pueblo había ganado la batalla de Ciudad Juárez, había logrado expulsar a Porfirio Díaz y Madero, en lugar de fortalecer a la revolución, doblaba la cabeza y firmaba unos acuerdos que dejaban sin cambiar nada en el fondo, pues dejaba intacto el poder económico, político y militar del porfirismo.

Firmó unos acuerdos que expulsaban de la presidencia a una odiada persona; pero le dejaba el control a quienes junto a esa persona habían cometido atrocidades contra el pueblo mexicano.

Madero había firmado unos acuerdos gracias a una batalla que el pueblo había ganado; los magonistas denunciaron esa traición y Madero los mandó desarmar.

La victoria del pueblo al tomar Ciudad Juárez fue convertida en una derrota por una persona y un grupo político que no querían que el pueblo se gobernase a sí mismo, que en el fondo temían que el pueblo fuese su propio gobierno y por eso prefirió pactar con los asesinos de siempre.

Hoy la clase en el poder junto con todos sus paleros desearían que nadie se acordara de las victorias del pueblo y nos quieren hacer pensar que hagamos lo que hagamos siempre todo seguirá igual o peor que antes.

Es nuestra tarea recordar y recordarnos que somos los pueblos quienes hacemos la historia; somos los pueblos los que hemos construido a nuestros héroes, a nuestros Zapata, Villa, Flores Magón y tantos otros; somos los pueblos los que construimos las victorias que si no sabemos cuidar serán otros los que aprovechen en su beneficio y se las adjudiquen.

Sea este artículo también parte de nuestro homenaje a Emiliano Zapata, jefe del Ejército Libertador del Sur, en un aniversario más de su asesinato; la otra parte de nuestro homenaje es continuar con nuestra labor de informar, crear conciencia y organizarnos para tomar las riendas de nuestra propia historia, para construir nuestras victorias presentes y para no permitir que los de siempre se monten en ellas y fortalezcan la desmemoria.

¡Contra el despojo neoliberal y la explotación capitalista; organización, resistencia y lucha por el socialismo!

NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección RECUPERANDO LA HISTORIA del No. 7 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 29 de abril de 2015.

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