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La masacre de Iguala: terrorismo de Estado y respuesta popular

De la indignación y el coraje, a la lucha y la organización

Sábado 20 de diciembre de 2014, por OLEP

El pasado 26 de septiembre en Iguala, Guerrero fueron atacados brutal y sanguinariamente jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa quienes se encontraban realizando una actividad de “boteo”, es decir, de recolección de fondos, para poder asistir a la Ciudad de México a la marcha en conmemoración de la Masacre de Tlatelolco, del 2 de octubre de 1968.

Los policías municipales de Iguala (con la complicidad de la policía estatal de Guerrero, la policía Federal, el Ejército y toda la cadena de mando implicada) dispararon a quemarropa a los estudiantes normalistas cuando estos bajaron de sus camiones a preguntarles por qué razón les tenían bloqueado el paso y, desde las patrullas, los policías rafaguearon los camiones donde se transportaban los estudiantes. En medio de la confusión de los disparos, muchos estudiantes salieron corriendo hacia donde pudieron, otros cayeron heridos y otros quedaron tendidos en el piso. La policía de Iguala se llevó detenidos a muchos otros que hoy forman parte de la lista de los cuarenta y tres detenidos-desaparecidos.

En el colmo de la brutalidad, horas después, en su fiebre de sangre, la policía de Iguala también disparó contra un camión donde se transportaban jóvenes futbolistas (a los que confundieron con normalistas) donde resultaron muertos un joven de 15 años, el chofer del camión y una mujer que transitaba por el lugar. El resultado, hasta el momento, es de tres normalistas muertos, el cadáver de uno de los compañeros fue encontrado con la cara desollada (le arrancaron la piel), sin ojos y con huellas de tortura; dos normalistas que siguen debatiéndose entre la vida y la muerte, veinticinco heridos y cuarenta y tres desaparecidos.

No es la primera vez que el Estado ejecuta y desaparece a luchadores sociales que le incomodan o le estorban para desarrollar sus planes de expansión capitalista neoliberal. Ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, una vez más, nos muestran lo que son capaces de hacer las fuerzas represivas del Estado (policías y militares) para amedrentar a los luchadores sociales, para aterrorizar y sembrar el miedo entre los sectores organizados del pueblo, para tratar de desarticular toda voz de protesta y denuncia.

La responsabilidad de este crimen contra el movimiento social no es de un “mal funcionario”, ni de un mando policiaco “descarriado”, mucho menos de la infiltración del narcotráfico en las estructuras del Estado. La masacre de Iguala, como comienza a conocérsele, no se trata de un hecho aislado ni fortuito. La represión hacia los sectores populares que se movilizan y luchan en este país es resultado de una política sistemática (bien planificada) que se ha venido agudizando en los últimos años construyendo, en la práctica, un Estado terrorista.

Como ya ha pasado antes ante otras masacres, como la de Aguas Blancas en 1995, el gobierno puede sacrificar a sus gatilleros (policías, militares y paramilitares) metiéndolos en la cárcel o removiendo funcionarios menores de sus cargos, puede encarcelar a Luis Abarca, alcalde perredista de Iguala, destituir al gobernador Ángel Aguirre (también perredista) y desarmar a todas las policías municipales y a la estatal de Guerrero (para incrementar, claro, la presencia de la policía federal y el Ejército en zonas clave y de histórica movilización social), pero para que esto no vuelva a suceder nunca más y obtener justicia para nuestros compañeros normalistas hay que arrancar el problema de raíz.

Es necesario seguir impulsando la lucha por la presentación con vida de los normalistas y el castigo a los responsables materiales e intelectuales, pero no debemos perder de vista que la verdadera garantía de reparación del daño es la lucha decidida contra este gobierno y este sistema, la lucha por la construcción de una sociedad donde se sienten las bases para que tales hechos no se vuelvan a repetir, esa lucha corresponde al conjunto del pueblo trabajador.

La intención del Estado es sembrar miedo y aterrorizar a la mayoría de la población para que no salgamos a las calles a manifestarnos, para que no nos informemos ni protestemos, para que no nos organicemos por mejores condiciones de vida y así este gobierno pueda seguir imponiendo sus reformas y políticas neoliberales de despojo y privatización. ¿Para qué sembrar miedo y para qué generar terror? Para profundizar sin oposición el saqueo y la explotación de nuestro pueblo, de las masas trabajadoras, para garantizar la implementación de las reformas (la reforma educativa, por ejemplo) y políticas neoliberales, para que el despojo se lleve a cabo sin inconvenientes ni molestias en beneficio de la clase en el poder, la burguesía.

Generar terror, sembrar el miedo para inmovilizar, sofocar los esfuerzos organizativos de quienes luchan por una sociedad más justa y libre, esa es la consigna del Estado. Entonces, nuestra primera tarea es derrotar el miedo; la segunda es seguirnos manifestando, informarnos, protestar, organizarnos y seguir luchando contra el capitalismo y por la construcción de una sociedad más justa y libre, es decir socialista. No debemos seguir permitiendo que los enemigos del pueblo nos humillen y pisoteen, ante esta situación es necesario entender que nuestra indignación y nuestro coraje por sí solos no bastan, necesitamos organizarnos.

La masacre y desaparición forzada de estudiantes normalistas en Iguala ha generado una enorme campaña de solidaridad a nivel nacional e internacional, como decíamos más arriba, el “caso Ayotzinapa” ha mostrado el verdadero rostro del Estado y, también, ha venido a remover mucha de la rabia e indignación acumulada durante años. Universidades y escuelas en paro, bloqueos carreteros, tomas de casetas, marchas, mítines, brigadeos masivos y todo tipo de movilizaciones, se han realizado desde los primeros días del mes de octubre y han servido para aglutinar enormes contingentes estudiantiles y populares, para despertar a muchas conciencias aún dormidas y temerosas.

Ante este nuevo escenario de lucha, los socialistas debemos de seguir impulsando y profundizando los procesos de organización y toma de conciencia no sólo estudiantil, sino también del pueblo, de las más amplias masas, de los trabajadores. En este largo camino la tarea de comunicar y extender el descontento y esforzarnos por organizar a los más amplios sectores de nuestro pueblo es una de las tareas más importantes.

NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección REPRESIÓN del No. 4 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 14 de noviembre de 2014.

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