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Análisis de coyuntura

El movimiento #YoSoy132 y el activismo en la UNAM

¿Hacia dónde?

Domingo 10 de junio de 2012, por Olegario Chávez

“La practica revolucionaria consecuente irá definiendo a los revolucionarios y evidenciando a los oportunistas y renegados infiltrados en el proceso revolucionario” Lucio Cabañas Barrientos

Los renovados aires de lucha y organización que emanan de, lo que hoy se conoce como, el Movimiento #YoSoy132 han llegado de manera masiva hasta la UNAM. Al principio expectante y observadora del movimiento, la comunidad estudiantil de la UNAM se ha volcado de manera masiva, como no se veía desde hace mucho tiempo, no sólo a las calles, sino también a nutridas asambleas y brigadeos. La serie de asambleas y actividades del movimiento las últimas dos semanas, son prueba irrefutable de ello.

La UNAM tiene en su haber un enorme historial de lucha y organización. Y es, precisamente eso, lo que necesita imprimírsele de manera más contundente al #YoSoy132 en estos momentos, que la espontaneidad inicial ha desembocado en la conformación de una Asamblea General Interuniversitaria (agrupa a más de 90 escuelas) que intenta construirse de manera democrática pero que no está exenta de errores e insuficiencias en sus formas de organización y de toma de decisiones. La experiencia y combatividad que todos los estudiantes de la UNAM tenemos que aportar al #YoSoy132 es inmensa.

En este momento de definiciones políticas, el #YoSoy132 ha logrado avanzar enormemente al consolidar un posicionamiento político que rebasa, con mucho, la demanda inicial de la democratización de los medios de comunicación. El #YoSoy132 se reafirmado como apartidista, anti-EPN y antineoliberal. En torno a estos tres principios se articulan en este momento histórico, no sólo la mayoría del movimiento estudiantil desencadenado en las redes sociales de internet y llevado a las calles, sino una buena cantidad de organizaciones que pertenecen al movimiento social independiente.

Pero, a la par de este renacimiento del espíritu de lucha y organización entre los estudiantes de la UNAM, hemos visto resurgir y reaparecer en el movimiento a viejas organizaciones y colectivos que, invocando la “gloriosa” huelga de 1999-2000, se encuentran en primera fila para reclamar un lugar dentro del movimiento y, sobre todo, a la cabeza de él.

Escudada en su vieja retórica demagógica consistente en hacerse pasar por sabios, experimentados y “probados en la lucha”; la “vieja guardia” activista que vivió el proceso de la huelga hace ¡trece años! o que vivió la post huelga y lleva, por lo menos, una década inmersa en el activismo estudiantil, hoy intenta llevar agua a su viejo molino desgastado sirviéndose del movimiento #YoSoy132 en la UNAM.

Y, más claro aún, no tiene nada de malo, la participación de estos grupos al interior del #YoSoy132. Los problemas que desde aquí alcanzamos a observar son la forma en que están operando a través de algunas asambleas de facultad (algunas, afortunadamente, no todas). Imponiendo la lógica de que “el que aguanta más horas en la asamblea es el más capacitado políticamente”, han hecho de su principal objetivo dentro del movimiento la “democratización” del mismo y no el crear una alianza temporal y coyuntural que les permitiría, si supieran aprovecharla, elevar el nivel de organización y conciencia de los estudiantes, pero también de diferentes sectores de la sociedad. Son estos viejos activistas los que, viendo la oportunidad de incidir política e ideológicamente en un movimiento que se les presenta sin que lo previeran, están empujando el proceso, sobre todo dentro de la UNAM, a un temprano e innecesario desgaste.

Claro, no todos los excegeacheros de la generación 1999-2000 forman parte de esta viciada lógica, sólo algunos remanentes que, anquilosados por el reflujo del movimiento estudiantil en la UNAM y sazonados por 13 años de una derrota tras otra (muchas veces producto de su propia incapacidad), se encuentran en la permanente expectativa de que aparezca un movimiento estudiantil al cual ellos dotarán de “conciencia avanzada” y, posteriormente, anhelan “radicalizar”.

Sobre todo los grupos troskistas ultrasectarios (que ya han reventado otros procesos), los que se apropiaron del nombre del CGH y los prominentes colectivos autonomistas y autogestivos (a veces más autosugestivos que otra cosa, por aquello de su paranoia a ser motejados de “ultras”), impulsan la dinámica del “consenso a toda costa” cuando sus propuestas no son favorecidas por la opinión de las asambleas y, luego, a conveniencia, impulsan la dinámica del voto de la “mayoría consciente” que permanece hasta 8 horas en una asamblea y espera hasta que la mayor parte se ha ido para votar lo que 4 horas antes exigían que fuera consenso.

Ambas dinámicas, desgastantes y estériles, lo único que provocan es el abandono de la discusión y las actividades por parte de los compañeros que recién se integran y que no pertenecen a ningún colectivo, a los cuales les parece molesto, y con razón, que esos grupúsculos, entrenados ampliamente en las conspiraciones de pasillo y los análisis de cubículo, quieran imponer a como de lugar las consignas de sus respectivas organizaciones. Obviamente, cuando sus consignas no pasan y no se toman como acuerdos, el mejor argumento que tendrán a la mano será la “falta de democratización del movimiento”. Para esos grupos la “democracia del movimiento” no es otra cosa que la oportunidad de posar en primer plano y desde esa posición promover sus consignas. Cuando los micrófonos no se encuentran frente a su boca es obvio que, según ellos, hay algo antidemocrático.

El naciente y aún sin consolidar #YoSoy132 de la UNAM, se enfrenta a una seria disyuntiva: transitar por el viejo camino del desgaste, la derrota y la disolución o emprender un nuevo camino a través de la activación de las bases, de las asambleas y los brigadeos organizados. Sólo de esta última forma se podrá hacer frente a la dinámica del anquilosamiento que pretenden imponerle a las asambleas los grupos y colectivos sectarios y oportunistas.

Si en 1999, habían pasado ya 13 años de la huelga de 1986 y había un lastre político que el movimiento estudiantil venía arrastrando, del cual era necesario deshacerse y tomaba cuerpo en el CEU; hoy, 13 años después de 1999, hay otros lastres políticos que el movimiento estudiantil acarrea y a los cuales hay que, por lo menos, rebasar y nulificar desde la base.

Debemos fortalecer el carácter apartidista, anti-EPN y antineoliberal del movimiento, nuestra propaganda y agitación debe explicarle al resto de la sociedad el porqué de ese carácter y lo que significa, debemos fortalecer las brigadas, a construir la organización no sólo en el discurso, organizarnos con el pueblo. Sólo eso nos sacará de la dinámica predominante y hará avanzar al movimiento nutriéndolo con nuevos y más creativos activistas, no hay de otra. Hay que aprovechar la coyuntura, entendiendo los límites y alcances de la misma, no forzarla, ni desgastarla…

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